Manuel Baquedano
General en Jefe del Ejército chileno, fotografía tomada en Tacna después de la victoria de Arica. Baquedano viste su uniforme que usó durante toda la campaña y monta a su caballo de batalla «Diamante» año 1881.
Guerra contra la Confederación Perú-Boliviana
Nacido en un hogar militar, se sintió atraído por la carrera de las armas desde muy joven. En julio de 1838, escapó de su casa para embarcarse en el transporte La Hermosa Chilena y unirse a las tropas que partían a la Guerra contra la Confederación Perú-Boliviana, donde participó en las batallas de Portada de Guías (1838) y de Yungay (1839). Alcanzó el rango de subteniente a los dieciséis años.
Tras su regreso a Chile, completó su entrenamiento militar el 23 de enero de 1845, cuando se le concedió el grado de teniente efectivo; luego desempeñó el cargo de ayudante mayor en el Regimiento Granaderos y fue ascendido a capitán en enero de 1850.
Revolución de 1851
Durante la Revolución de 1851, su participación fue útil para el Palacio de la Moneda. Desempeñó un papel decisivo en la confrontación con las tropas que se rebelaron el 20 de abril de dicho año contra la elección de Manuel Montt como presidente. Los rebeldes estaban bajo el mando del coronel Pedro Urriola, apoyado por los liberales, entre los que se contaba su amigo Eusebio Lillo.
La revolución fue seguida en septiembre por la sublevación armada en la ciudad de Concepción y por las tropas comandadas por José María de la Cruz Prieto. Baquedano fue nombrado ayudante del general Manuel Bulnes y participó al lado de las fuerzas del gobierno en la batalla de Loncomilla, ocurrida el 8 de diciembre de 1851, donde enfrentó a su padre y a su hermano Eleuterio. Concluida la batalla, pidió permiso para visitar a su padre, jefe del estado mayor del ejército contrario, herido en batalla.
Por sus servicios prestados, el presidente Manuel Montt le concedió la promoción a sargento mayor de la escolta de gobierno en enero de 1852.
Retiro temporal
A principios de 1854, se vio involucrado en un confuso motín de cuartel; posteriormente, fue enviado a La Frontera como jefe de plaza. Renunció al servicio activo y con sus ahorros y créditos adquirió un fundo en La Laja, cerca de la ciudad de Los Ángeles, al que llamó «Santa Teresa».
Sin embargo, el gobierno no aceptó su renuncia y lo nombró ayudante de la comandancia general de Armas de Valparaíso en marzo de 1855; ante una petición del mismo Baquedano, en abril fue trasladado con igual cargo a la comandancia de Armas de Arauco, para estar más cerca de su latifundio. En agosto de dicho año, fue designado comandante del Escuadrón Cívico № 3 de Arauco.
Entre 1855 y 1869, se dedicó a transformar su parcela en una propiedad agrícola productiva y en cinco años esta ya le había rendido una pequeña fortuna.
Revolución de 1859 y Ocupación de la Araucanía
Retomó su vida militar en junio de 1859, cuando el gobierno lo requirió para enfrentar la Revolución de dicho año —impulsada por los magnates de la minería, como Pedro León Gallo Goyenechea y la familia Matta—; en esa ocasión, fue ascendido a sargento mayor efectivo. Siete años después, en octubre de 1866, fue ascendido a teniente coronel, pasando a cumplir funciones en la ciudad de Los Ángeles, las que combinó con sus labores agrícolas en el fundo «Santa Teresa».
A fines de 1868, durante la Ocupación de la Araucanía, fue nuevamente requerido por el Ejército debido al levantamiento indígena encabezado por Quilapán y otros caciques mapuches. Bajo las órdenes del general José Manuel Pinto Arias, jefe de las fuerzas de la alta frontera, participó en diversos enfrentamientos en Malleco y en Renaico entre enero y mayo de 1869. Por sus servicios, en septiembre de dicho año, le fue confiado el mando del regimiento Cazadores a Caballo, el mismo cargo que tuvo su padre, en donde ascendió a coronel el 30 de julio de 1870, a coronel efectivo el 5 de abril de 1872 y a general de brigada el 10 de junio de 1876.
En el transcurso de esa década, fue nombrado interinamente inspector general de la Guardia Nacional y comandante general de armas de Santiago (1875), sin dejar el Cazadores, por el gobierno de Federico Errázuriz Zañartu.
Su estrategia militar fue principalmente el ataque frontal para romper las líneas enemigas, aprovechando que los mandos aliados tendieron a extenderlas. Pese a que carecía de formación como estratega militar, se le reconoce como el general que dirigió en persona batallas que resultaron en victorias consideradas decisivas por el comando chileno.
Era severo, sencillo y cercano a sus hombres,15 aunque extremadamente riguroso y duro en la disciplina. No permitía actos fuera de reglamento a sus subordinados, llegando a casos extremos como disparar a matar a un soldado por demostrar cobardía ante el enemigo en la batalla de Chorrillos. Tampoco permitía ser aconsejado cuando ya había tomado una determinación. Su frase era «lo dicho, es lo dicho», que indica su carácter terco y obstinado.
Después de la batalla de Tacna, sus tácticas fueron públicamente criticadas por el corresponsal de El Mercurio de Valparaíso, Eloy Caviedes, y Baquedano, iracundo, ordenó detener al periodista a bordo de la corbeta Abtao, negándole todo derecho de informar.
Su habilidad militar fue criticada por el historiador chileno Francisco Encina quien, aunque le reconoce valores y virtudes, lo califica de tener una profunda «pobreza de ideas» y un mal comando táctico.
Su mayor rival político, el coronel Vergara, señaló sus debilidades como táctico, pero reconoció que la victoria de Miraflores se debió tanto a la resistencia de la III División como al acertado movimiento envolvente ordenado por Baquedano, que liquidó la momentánea superioridad peruana, gracias al ataque de la I División de Patricio Lynch.